Si tuviera que hablar de un milagro en mi vida, necesariamente me debo referir al Papa Juan Pablo II. Hasta antes de su llegada a Lima (1985) no creía en él. Pensaba que era un señor buena gente que hacia misas en Roma y paraba viajando mucho
El dos de febrero de 1985 mi madre tenía en sus manos dos pases para ver al Papa Juan Pablo II en el Hipodromo de Monterrico. Era el "encuentro con los jóvenes". Ella deseaba conocer al santo padre y queria que sus hijos la acompañemos para el evento. Ni mis dos hermanas ni yo estabamos muy entusiasmados con la idea. Preferiamos pasear o salir a jugar. Eramos aun pequeños.
El hecho es que para esa cita se esperaba una multitudinaria concentracion de jovenes, los cuales se amanecieron haciendo cola para tomar las mejores ubicaciones. Mi mamá salió de casa mas allá de las 8 de la mañana, era probable que no tendria opción de ingresar a pesar de contar con los pases que mi Papá le facilitó a pesar de autodenominarse "ateo" de por vida.
Segun cuenta mi madre, cuando ella llegó al lugar, muchos jovenes pugnaban por ingresar, pero las puertas estaban cerradas, no entraba un alfiler. Mi madre, que no es una mujer fácil de caracter, decidió buscar otra puerta y animó a algunos de los rechazados para que la acompañaran. El asunto es que tuvieron que rodear las inmensas paredes del hipodromo para encontrar alguna puerta que les permitiera su acceso. Pasaban los minutos y no encontraban nada que se pareciera a una puerta falsa. Era febrero y el sol estaba en su punto máximo. Mi madre solo tenía un par de naranjas para refrescarse, nadie vendía nada por ahí, era una zona solitaria. De pronto cuando todo estaba cuesta arriba, divisó una puerta pequeña por donde ingresaba el personal de apoyo para la actividad. Fue ahí que corrió como nunca antes, a fin de evitar que la vieran los policías. Cuando estuvo dentro del recinto, surgió el tema de como llegaría hasta el lugar donde estaba dando su discurso el Papa.
Su orientación e instinto la hicieron cruzar algunos zonas agrestes y traspasar una malla metalica algo rota, para luego seguir a través de su oido la voz del sumo pontifice.
Avanzó algunos metros y cuando menos lo imaginó apareció cerca de una malla preparada para el evento, que conducía al estrado principal. Ella no podía creerlo, estaba en las primeras filas, muy cerca del Papa Juan Pablo II. Por esa zona se ubicaban los clérigos y las monjitas. Tuvo que pedirle al controlador que la dejara pasar, que había tenido una urgencia y que tuvo que ir a los servicios. Hasta le obsequió la unica naranja que le quedaba para refrescarse. El vigilante la dejó pasar para que pudiera ver y escuchar a este hombre que transformó los corazones de millones de personas y que por primera vez venía al Perú. Mi madre embargada por la emoción, comenzó a entonar las canciones que los miles de jovenes le cantaban al representante de Dios en la tierra. Su tenacidad la llevó hacia la meta, algo que ella veía lejano pero que luchó hasta el final.
Tras la ceremonia, ella salió junto a la multitud con otro semblante, mas reconfortada, sin agotamiento, y con la fe al cien por ciento. Su garganta estaba quebrada por todo el esfuerzo y la falta de agua, pero eso no le importó, había visto de cerca al Papa y era mas que suficiente. En la noche, cuando me iba a dormir me contó su hazaña y yo no entendí como es que Juan Pablo II causaba ese furor en las personas.
Tuvieron que pasar tres años (1988) para que en su segunda visita al Perú, yo pudiera verlo de cerca con ocasión del Congreso Eucaristico Mariano de los países Bolivarianos. Recuerdo que fue en el Centro Comercial de la Plaza San Miguel. Esa vez, sentí que en ese lugar había una energía inmensa y que el promotor de todo ello, no era otro que el Papa.
Debo ser hidalgo en reconocer que nunca había sentido algo asi en mi alma o mi mente. Era como tener a un santo frente a ti. Antes de 1988 yo decía ser "ateo", un poco para molestar a mi madre, y seguirle la corriente a mi padre, despues de escuchar y ver al Santo Padre, me dije a mi mismo, que estaba equivocado. Ese hombre de carne y hueso tenía algo que lo hacía diferente al resto. Ese hombre nos hablaba al alma y podía ingresar dulcemente a nuestras mentes para hacernos entender el milagro de la vida. Hasta pronto Juan Pablo II.